“Acabo de aterrizar en Córdoba para visitar a mi familia”. Esas fueron las primeras palabras ante el llamado telefónico. Andrés Carot acaba de volver de Camerún y su vida transcurre alrededor del mundo; tal vez no muchos de los jóvenes que conforman el rugby del Jockey conocen de cerca su historia.

No hace falta aclarar que Andrés forma parte de la familia hípica. Llegó al club por primera vez a los 4 años (hoy tiene 40), de la mano de su padre Fernando ‘Wimpi’ Carot y se forjó al lado de una familia auténticamente roja y blanca. De hecho, hoy muchos pueden cruzarse a Jeremías o Julián, sus dos hermanos, dando vueltas por el club o mirando algún partido. “Nosotros somos 6 hermanos y todos fuimos a parar al Jockey, ya sea en rugby o mis hermanas en hockey. De chicos pasábamos más tiempo en el club que en casa, y ahí nos educamos también”, cuenta Andrés.

De sus comienzos en el rugby tiene algunos recuerdos: “Mi primer entrenador fue el ‘Lito’ Luna y entrenábamos en el in-goal de la vieja Cancha 1 de adelante”. Clase ‘78, el ‘Negro’ compartió división con personajes conocidos como Galo Álvarez Quiñones y Fabio Galloppa, entre otros.

“En toda mi etapa de infantiles fui medio scrum, pero después con los años pasé a jugar de wing o fullback”, rememora el ‘Negro’ sobre su pasado como jugador.

Cuando pasó el periodo de juveniles, le tocó jugar varios partidos en Primera División algunos años, hasta que colgó los botines a los 24: “Dejé por un tema de estudio, pero además no me estaba entrenando bien y el esfuerzo que estaba haciendo era más grande que el disfrute”.

 

De la cancha a los quirófanos del mundo 

Pero no todo era rugby para Andrés en aquellos años. A la par de su actividad deportiva, estudió la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de Córdoba y se especializó en Cirugía General, sin saber todavía lo que la vida le iba a deparar profesionalmente. Se recibió como médico en diciembre de 2003 y comenzó la residencia en el Hospital Misericordia de nuestra ciudad.

Sin embargo, desde esos primeros momentos en la facultad se dio cuenta que en realidad su vida iba por el lado de lo social, de lo humanitario. “De chico colaboré con La Luciérnaga, una ONG que trabaja con los chicos de la calle y me acerqué cada vez más a esa realidad. Hacíamos cosas simples, como armar un botiquín o compaginar revistas. Esa experiencia hizo que me involucre y empiece a valorar lo que tenía; me conmovió mucho y realmente me sentí muy útil”, reflexiona el ‘Negro’.

Aquel fue el puntapié inicial que luego derivó en Médicos Sin Fronteras, su vida desde hace diez años. MSF se fundó en 1971, en París. Es una organización de acción médica-humanitaria internacional que aporta su ayuda a las víctimas de desastres naturales o humanos y de conflictos armados, sin ninguna discriminación de raza, sexo, religión, filosofía o política. La organización, que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1999, tiene entre 100 y 120 médicos y colaboradores en nuestro país, y uno de ellos es Andrés Carot.

¿Cómo llegó ahí? “Fui a una charla que dio un médico, cuando estaba en el segundo año de residencia de la carrera, y ese día me di cuenta que quería trabajar en Médicos Sin Fronteras, sobre todo para ejercer la medicina de una manera diferente”. Andrés se postuló en la página, aplicó y tras un largo proceso de selección que contó con exámenes psicológicos y de idioma, fue tomado por la organización.

En 2009 comenzó su aventura, ayudando a los que más lo necesitan, a esas personas que son víctimas de conflictos que los exceden. Su primera misión oficial fue en Nigeria y lleva 23 en total. Parte de su vida transcurre en hospitales y centros sanitarios rurales donde la guerra es cosa de todos los días. Siria, Yemén, Sudán del Sur, Somalia, Sierra Leona y Haití son sólo algunos de los destinos en los que trabajó con Médicos Sin Fronteras.

Desde este lado del mundo la vida parece más tranquila y los conflictos bélicos nos llegan a través de los medios de comunicación. Vivirlo en carne propia no es sencillo y Andés ha sabido llevarlo con el paso de los años.

La guerra te muestra lo mejor y lo peor del ser humano. Lo peor es lo que sabemos, pero al mismo tiempo esas situaciones extremas te hacen ver lo mejor: gente agradecida y gente ayudando de todas las formas posibles. Una pequeña acción puede tener un impacto determinante en la recuperación de la salud en las personas.

Los proyectos que monta MSF son diferentes entre sí, dependiendo sobre todo de la zona y de lo que se deba hacer en ese momento en especial. “A veces me toca abrir los proyectos, otras veces ir a trabajar cuando ya está todo armado o sino cerrarlos, ser el último cirujano del proyecto”, comenta el ‘Negro’.

Sus misiones suelen durar entre dos y tres meses. Una vez que terminan, Andrés vuelve a Buenos Aires, en donde vive hace ya varios años. Y ese contraste de realidades, lógicamente, es complicado: “Al principio era muy fuerte. Me costaba re insertarme cuando volvía, ver a mucha gente preocupándose por cosas sin sentido. Con el tiempo me di cuenta que la vida es así, y cada uno es lo que vive. Yo no puedo pedirle a mi mejor amigo que se sensibilice con algo que no vivió”.

Dicen que todos aprendemos grandes cosas gracias a las pequeñas experiencias. Justamente su quehacer profesional le fue mostrando a Andrés limitaciones para así trascenderlas y seguir adelante: “Me preparaba muchísimo para mis primeras misiones, pero llegaba y me encontraba con algo que nunca hubiera pensado, algo totalmente nuevo, en contextos diferentes a los que uno se educó”.

También esas vivencias hicieron cambiar su percepción del mundo. “Te encontrás con gente de unos valores tremendos, valores que tal vez uno ya perdió”, afirma él mientras recuerda una gran anécdota: “En Yemen tuve que operar a un chiquito y le comenté a los padres todos los  beneficios y riesgos de la cirugía que le iba a hacer; ellos aceptaron. Le di el consentimiento informado para que firmaran y estuve 15 minutos discutiendo con los dos. Me explicaron que no iban a firmar nada porque ya me habían dicho que ‘sí’ mirándome a los ojos, y eso era suficiente”.

Si repasamos la lista de países que guarda el ‘Negro’ en su currículum, es probable que a todos nos parezca familiar Siria, porque los conflictos están frescos en la memoria. Las luchas comenzaron en 2011 y se acrecentaron unos años después con la intervención del Estado Islámico.

Andrés estuvo allí en 2013 y, sin dudas, es una de las misiones más significativas:

Siria era un país bastante más desarrollado que el resto de los que estuve, entonces esos países son culturalmente más cercanos para nosotros y la gente también se vuelve cercana. No había ninguna crisis humanitaria hasta ese momento. La sociedad civil no tenía antecedentes ni estaba acostumbrada a eso, por lo que la gente sufre más y vos a su vez también absorbes ese sufrimiento.

Sudán del Sur es otro de esos lugares que marcaron a fuego su vida. “Nació en 2011. Es el país más joven del mundo y posiblemente el más precario. La expectativa de vida es de 55 años y las tasas de mortalidad materna e infantil son altísimas. Ahí es donde ves que la vida pasa por otro lado, que uno es muy chiquito al lado del resto”, reflexiona el ‘Negro’, y admite que en Sudán del Sur encontró a la gente “más agradecida de todas”.

Médicos Sin Fronteras no tiene misiones en nuestro país, ya que en Argentina no existe una crisis humanitaria. De todas maneras se han hecho ciertas intervenciones puntuales, como el suministro de medicamentos a hospitales de Chaco, Jujuy, Salta y Formosa luego de  la crisis de 2001, y luego de las graves inundaciones de Santa Fe en 2003 brindando atención médica.

Para Andrés Carot, muchas de las cosas que aprendió en el club las pudo transferir a la rama profesional: “Trabajamos en equipo, y como pasa en el rugby, sabemos que hay gente más fuerte y gente más débil pero es necesario que todo sea en conjunto y apoyando la causa para lograr buenos resultados”.

Hoy por hoy, el ‘Negro’ continúa con su vida “trotamundos” como desde el comienzo y es algo que ya tiene asimilado: “Es mi trabajo, algo que me encanta y mi estilo de vida; encontré mi equilibrio personal y emocional y soy un agradecido de la vida que me tocó”.

Después de varios minutos de charla e historias, Andrés cuenta que estará una semana en Córdoba, para luego volver a Buenos Aires. Su agenda se tranquiliza después de cada misión, pero en el calendario ya sabe cuál será la próxima: Nigeria, en agosto. Un país especial, aquel lugar en donde sus sueños comenzaron a hacerse realidad.

 

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